VIGILIA PASCUAL
El
centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el
agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la
liturgia más importante de todo el año. Son los dos elementos indispensables
para la vida. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber
vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo.
El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua.
Recordar
nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy,
fuego y agua simbolizan a Jesús porque le recordamos VIVO.
En
el prólogo del evangelio de Juan dice: “En la Palabra había vida, y la vida era
la luz de los hombres”.
La
vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la síquica, sino la
espiritual y trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas
vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús.
La
vida biológica no tiene ninguna importancia en lo que estamos tratando. “El que
cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá
para siempre”.
La
síquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la
espiritual. Sólo el hombre que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a
la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia sólo como
instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva. Una vez que se
llega a la meta, el vehículo es abandonado por inútil.
Lo
que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús,
como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la
Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna.
Podemos
seguir empleando el término “resurrección”, pero creo que no es hoy el más
adecuado para expresar esa realidad divina. Inconscientemente lo aplicamos a la
vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es
decir, descubrir por los sentidos.
Pero
lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando.
Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad. Tampoco
puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro
del objeto de nuestra razón.
A
la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo
divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, sólo puede ser objeto
de fe. Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia
interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA,
descubren que tiene que estar él VIVO. Sólo a través de la vivencia personal
podemos aceptar la resurrección.
Creer
en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en
esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el
que está constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y
caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina.
Tenemos
del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos
sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro
que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia
de lo que es un sacramento.
Todos
los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad
significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada
ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios
que está fuera del tiempo.
En
el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para
hacerla presente y vivirla. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí,
pero el alcanzar y vivir lo significado es tarea de toda la vida. Todos los
días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la
Vida de Dios que es AMOR, es superando el egoísmo, es decir amando.
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